El día en que los judíos unieron a España, por Jorge Rozemblum

El día en que los judíos unieron a España, por Jorge Rozemblum

A inicios de 1492, los Reyes Católicos culminaron el largo proceso de la Reconquista de España. La operación militar, financiada en gran medida por algunos judíos ricos de la corte, aseguraba la unidad geográfica de una nación que recuperaba su nombre unitario después de siglos de taifas y reinos enfrentados. Pero algunos factores, como la iglesia y su influyente tribunal de la Inquisición dirigido por Torquemada (él mismo descendiente de conversos), convencieron a la pareja reinante de que la unidad dependía del final del trato dispensado a los judíos como “servicámara” o propiedad real. La única opción era que se convirtiesen (y tributasen, como el resto de habitantes) a la iglesia.No fue, pese a las apariencias, una expulsión para lograr la unidad religiosa, ya que pasó más de un siglo y circunstancias muy diferentes para que se procediese a expulsar a los seguidores del Islam que habían llegado a la península a golpe de cimatarra a partir del siglo VIII, mientras que los judíos la habitaban pacíficamente desde al menos un milenio cuando los romanos llamaron a su provincia Hispania, basándose en una antigua denominación fenicia, lengua muy similar al hebreo: i-shfanim, la isla de los conejos.En contra de las intenciones iniciales, la expulsión de los judíos no trajo la unidad y la buenaventura al reino unificado, ni para los que partieron expoliados de todo bien ni para los que se quedaron y convirtieron para salvar sus tesoros, y que sufrieron siglos de sospechas, persecuciones y estigma (en algunos casos, hasta tiempos muy recientes, como los chuetas mallorquines). Tampoco como estado la cosa fue mucho mejor ya que, pese al descubrimiento más rentable de la historia (todo un continente lleno de recursos), España entró en una espiral de endeudamiento y problemas de integración nacional y social que parecieran responder a una maldición que la leyenda atribuye a uno de los obligados a marcharse hace más de cinco siglos.Desde entonces, los antiguos compatriotas se convirtieron en personajes míticos y objeto de un odio (a veces aún insuperado en la cultura y habla populares) irracional e injustificado (por su propia ausencia). España quedó “desefaradizada”, con la memoria borrada de su propia sangre y huellas. Sólo en los últimos 150 años, inicialmente sólo a través de determinadas élites culturales, la cuestión comenzó a aflorar hasta culminar esta misma semana, con la promulgación de una Ley que, más allá de sus fórmulas y detalles legislativos, ha tenido la virtud de unir en la cámara más representativa del pueblo a todos los grupos políticos que votaron unánimemente su aceptación, algo muy poco habitual por estos lares.Esta “unidad” añade un valor simbólico inesperado para quienes impulsaron un proyecto cimentado en la reparación y restitución de derechos. Ojalá sirva para más de un día singular, justo al contrario de aquel infame Edicto que tanto dolor e injusticia causó no sólo a los desplazados (que resistieron al odio y las maquinaciones con la fuerza del amor al terruño, la lengua y las tradiciones), sino también a la propia nación moderna parida contra-natura de la amputación de una parte indispensable de su ser, convirtiendo a la estirpe sefardí en ese “miembro fantasma” que sigue picando y doliendo aunque ya no esté unido al resto del cuerpo.Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad


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