Vamos a matar judíos, por Verónica Nehama

Vamos a matar judíos, por Verónica Nehama

 


“Hablando se entiende la gente” es un aforismo que transmite, al igual que refranes o proverbios, la sabiduría ancestral de los pueblos, enraizada en su acervo cultural.


“Quien bien te quiere, te hará llorar”, recalca la necesidad de firmeza en el quehacer educativo. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, ilustra la conveniencia de frecuentar a quienes fomentan conductas morales. “Ama a tu prójimo como a ti mismo” representa el compendio ético de numerosas doctrinas religiosas.


Decenas de miles de frases hechas ofrecen consejos y pautas de comportamiento. Unas se basan en la observación de fenómenos: “En abril, aguas mil”, otras en actitudes humanas “El corazón tiene razones que la razón ignora”. Su enunciado y particularidad son una seña de identidad de los pueblos y un referente de su idiosincrasia. “To take the french flight”, se traduce en español por “despedirse a la francesa”, y en francés por “filer à l´anglaise”, lo cual evidencia las filias y fobias que laten en el inconsciente colectivo de los hombres. Es necesario ser exquisitamente cuidadosos cuando se utilizan de manera automática e irreflexiva ciertas expresiones, sin ánimo de invectivar, pero cuyo significado puede ser captado de manera ofensiva. Hay que remontarse al origen de dichas expresiones para comprender en qué contexto nacieron, y preguntarse si esos símbolos vaciado de su contenido primigenio pueden constituir un ataque hacia quienes se etiqueta de manera despectiva.


Como española y judía, me he sentido humillada por una noticia recientemente publicada en la prensa: “El barrio húmedo de León prepara 150000 litros de” limonada para matar judíos” con el fin de celebrar la Pascua. Atónita, descubrí que se trata de una vieja tradición de Viernes Santo, cuando los cristianos bajaban a la judería para atacar a quienes consideraban responsables de la muerte de Cristo. Para evitar desórdenes y disuadir a los alborotadores, las autoridades permitieron a las tabernas que jalonaban el camino ofrecer una suave bebida hecha de vino rebajado con agua, limón y azúcar, contraviniendo el precepto de abstinencia y ayuno. Pero ¿de donde procede el apelativo insultante de tan agradable bebida? Se atribuye a Fernando el Católico una frase de dudoso gusto, cuando firmó el decreto de expulsión de los judíos en 1492 “Limonada que trasiego, judío que pulverizo", un dicho que evolucionó hasta nuestros días, para convertirse en “limonada para matar judíos”.

Probablemente hoy nadie atribuye intencionalidad al ofensivo apelativo del bebedizo, visto las entusiastas noticias que pretenden extender su uso a lo largo de todo el año, como santo y seña de la noble ciudad de León. No existe en los periódicos una sola explicación acerca de tan desafortunada denominación. Pero cualquier descuido puede encender la chispa del odio. Algunos avispados comerciantes han aprovechado la contienda actual entre israelíes y palestinos para editar carteles donde un árabe con Kefia y sonrisa malévola anuncia la “mortífera” bebida. Los mensajes subliminales están servidos para herir susceptibilidades e incitar a la animadversión atávica y mal digerida. Nuestro orgullo étnico nunca debería denostar otras religiones o culturas, y palabras como “judiada”, ”gitaneo”, o frases como “borracho como un polaco” o “avaro como un escocés”, remanentes de antiguas disensiones han de convertirse en tabúes lingüísticos. 

 

 
 Las autoridades competentes deben asumir su responsabilidad y eliminar del vocabulario institucional las expresiones denigrantes o violentas. El lenguaje, patrimonio exclusivo de la humanidad puede instaurar la concordia o perpetuar el rencor. Hablar de paz, respeto y convivencia fomentará relaciones armoniosas y enriquecimiento mutuo. Los mensajes que contienen insultos o instigación a la barbarie engendrarán terror y crímenes. Es prioritario erradicar las expresiones ofensivas, que acabarán desapareciendo –incluso del diccionario- por falta de uso. Parapetarse detrás de argumentos como la inercia, el hábito o la pureza de intenciones son falacias. “El infierno está pavimentado de buenas intenciones” y el que desea solventar un problema busca caminos, mientras quien quiere ofender, sigue encontrando excusas.

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