Hace unos día, la Unión Europea declaraba ilegal al brazo armado de  Hezbolá. En principio, esta debería ser una buena noticia, y seguramente  los responsables de exteriores de los 28 miembros de la Unión se  felicitarán de su ejercicio de equilibrio y compensación, después del  varapalo de la semana anterior, cuando declaraban el boicot a los  productos procedentes de Judea y Samaria, en los territorios israelíes  en disputa. “Condenar” al aparato terrorista de Hezbolá a estar en la  lista de esas mismas organizaciones, sin embargo, no sirve de mucho si  al mismo tiempo no se implementan acciones contra la organización en sí,  contra su aparato político y, especialmente, militar. Por ejemplo, las  tropas españolas de cascos azules de Naciones Unidas interpuestas en el  sur de Líbano entre Hezbolá e Israel definen oficialmente a la primera como  “milicia”, como si fuera lo más natural y democrático del mundo tener un  ejército de un partido controlando un área del país y declarando sus  propias guerras (como su confesa participación activa en el conflicto  sirio).
Esta doble faceta de Hezbolá -que atenta contra objetivos civiles  (como un centro cultural judío en Argentina, o un autobús de turistas en  Bulgaria, por sólo mencionar los casos más sonados y evidentes) y que  participa en el diálogo con los partidos de gobierno de Líbano-, no la  convierte en algo muy diferente de lo que era la organización  independentista vasca ETA, que mataba y perpetraba sus actos terroristas  con la financiación obtenida a través de las subvenciones a las  organizaciones políticas que actuaron bajo distintas siglas, de la  original Herri Batasuna a la reencarnación actual en Bildu. Un círculo  cerrado que se nutría y financiaba de la propia sociedad a la que  victimizaba.
Cuesta imaginar qué oscuros intereses pueden esconderse detrás de la  actual actitud cicatera y cobarde de la Unión Europea. ¿Responderá a las  presiones y amenazas iraníes, de los que Hezbolá es criatura  predilecta, para encender la región y postrarla ante la hegemonía  chiita? ¿O simplemente actúan por miedo a que sus seguidores saquen sus  cuchillos en nuestro continente, como sus primos de Al Qaeda?
Hezbolá es el ejemplo perfecto de esta dualidad típica del Oriente  Próximo actual: islamismo radical por las armas o por medios políticos  (o por ambos, simultáneamente): lo mismo da cuando el objetivo es la  “yihad” global. Y sus sociedades y naciones viven en un “estado de  excepción” perpetuo. Sin embargo, hay un estado que sigue siendo la  excepción, aunque esta virtud no cuente en la balanza de las decisiones  cuando se contrapesan mercados, amenazas y migraciones. Y, como en los  grupos humanos más primitivos, el que se lleva los palos no es el  culpable, sino el más débil: se roba más fácil a un pobre que a un rico,  se expulsa más fácil al desamparado que al poderoso, se castiga con  mucho más gusto al diferente (aunque lo sea por su comportamiento democrático) que al aborregado.
No hay nada nuevo bajo el sol, y menos bajo la bandera de un Viejo  Continente sometido al hipócrita dictado del pánico a sus propias  minorías y a su ancestral desconfianza hacia algunos de sus más antiguos  habitantes, los expulsados de siempre. Ya saben quiénes.
Shabat shalom
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad
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