En nombre del Nombre, por Jorge Rozemblum

En nombre del Nombre, por Jorge Rozemblum

Las huestes de las cruzadas cristianas en Europa se enardecían al grito de “Deus vult”, en latín: Dios lo quiere. Una variante de la misma (“Deus lo vult”) aparece como lema en el escudo de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Para miles de judíos europeos de los siglos XI al XIII también fueron esas las palabras que oyeron mientras los masacraban (a falta de musulmanes a mano) en el camino a redimir Tierra Santa. Por otra parte, hoy día judíos, cristianos, jazidíes y hasta musulmanes son atacados al grito de “Al·lahu·àkbar” (Dios es el más grande, en árabe): desde los que estrellan un avión contra un edificio, a los que se hacen volar con una carga explosiva en una pizzería, pasando por quien decapita o crucifica a un prisionero, o simplemente se abalanza sobre un viandante en la calle cuchillo en mano.
Nosotros, los judíos, tenemos prohibido utilizar Hashem Hamefurash o nombre explícito en hebreo, ni siquiera a la hora de rezar, ya que el conocimiento de este Nombre se perdió tras la destrucción del Segundo Templo. No se trata de algo impronunciable, sino sagrado, únicamente reservado al gran sacerdote en el Templo. Para referirse a la divinidad se utilizan formas alternativas, desde las más conocidas como Adonáy (mi Señor), Elohím(y aún una forma alternativa a la alternativa, Elokím), El Elion (ser superior), En Sof (infinito), Ehyé Asher Ehyé (soy el que soy), Avinu (padre nuestro), Hakadosh Baruj Hu (el santo bendito), etc. En judeoespañol suele usarse también la palabra Dió, evitando la S final de su origen en español, para no atribuirle un número gramatical plural inaceptable. Pero (para mí, al menos) la alternativa más abstracta y significativa es HaShem, simplemente el Nombre, como en la expresión habitual “baruj haShem”, bendito sea el Nombre, equivalente al cristiano, “gracias a Dios”.
En pocos días volveremos a conmemorar y festejar Purím, una fiesta cuyo relato se expresa en un libro bíblico, el Rollo de Esther, que no refiere ni tan sólo una vez el Nombre. Aunque la salvación de los judíos en Persia que relata tiene tintes casi milagrosos, dicho texto deja claro que la responsabilidad por la propia supervivencia del pueblo judío está siempre en manos de sus miembros, que depende de sus acciones más incluso que de la fuerza de su fe. No se trata de una grey protegida por Dios, sino de un pueblo que se protege a sí mismo: una conclusión que permite entender mejor el significado del Israel actual como estado, cuyo fundamento es el pueblo judío y no la propia religión, aunque esta sirva de inspiración y vínculo.
Dicen los sabios que Purím es una fiesta de confusión en la que estamos autorizados a tomar vino hasta no distinguir entre los nombres del villano Amán y del pío Mardoqueo, a jugar a ser otros mediante disfraces y juegos teatrales, a celebrar con jolgorio el haber estado a punto de ser exterminados, a ayunar y luego participar de un banquete, a reafirmar que los protagonistas y responsables de nuestros actos (de los buenos y los peores) seguimos siendo nosotros mismos. Y que no somos títeres de los dioses del Olimpo, ni procuramos muerte y dolor por su voluntad y dictado. Que no tomamos su Nombre en vano.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad
(Editorial semanal publicada el 28 de febrero)

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